Trabajo final Seminario "Genealogía de los estudios de género, feministas y queer”
- Admin
- 6 dic 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 22 mar 2021

Nota previa: Desde hace un tiempo, mi práctica profesional como psicoterapeuta, sumado a inquietudes personales, han hecho que se ma haga cada vez más imperioso incursionar en todo lo relacionado a la temática de género así como en lo que atañe a las cada vez más variadas configuraciones vinculares. Eso, sumado a una muy interesante charla que mantuve con mi hija Magdalena y su esposo y colega mío, Juan Andrés, acerca de las distintas concepciones y posturas que se están dando respecto al género, me alentaron a decidirme a volver, después de varios años, a un aula y participar en este Seminario que, además de altamente formativo, me resultó profundamente removedor.
Muchos fueron mis temores a la hora de encarar el trabajo final del mismo, por lo que me sentí muy gratamente sorprendido al recibir la noticia que el mismo había sido premiado por tan prestigiosa docente con la máxima calificación y una excelente devolución que me llena de orgullo.
Por esa razón y con la esperanza de que colabore con la imprescindible reflexión que frente a todos estos temas debemos encarar como Sociedad, es que decidí compartirlo con Uds.
Debo sí advertir que puede afectar la sensibilidad de algunxs lectorxs.
Me costó mucho decidirme por el tema a abordar en este trabajo, de hecho, lo inicié dos veces con temáticas diferentes y, aunque en ambos casos los tenía casi acabados, no lograba sentirme satisfecho con ninguno de ellos. Hasta que, como me suele pasar muchas veces, la solución se apareció frente a mis ojos en mi ducha matinal.
La tarde anterior había tenido una sesión de terapia de parejas donde surgió de forma importante y clara el tema y, cual resto diurno que da sustento a un sueño, el recuerdo de ese momento durante la ducha, hizo que las ideas comenzaran a brotar en mi mente de forma irrefrenable.
Debo confesar que me ayudó mucho a tomar la decisión de encarar este tema una breve charla que tuve con Mabel acerca de cómo veía en la clínica la nefasta influencia que el modelo coito céntrico tenía en pacientes varones con disfunciones sexuales, y sus comentarios acerca de que los sectores feministas de la “tercera ola” que abre sus puertas a la intersexualidad, admiten que también los varones que luchamos por cambiar el modelo hetero patriarcal coital reproductivo, también tengamos un lugar allí.
La sesión de psicoterapia en cuestión había sido con una pareja que viene atravesando una crisis muy profunda, la temática derivó hacia la importancia que la sexualidad había tenido a lo largo de su muy extensa vida de pareja. En ese momento, él comentó que, cuando años antes le diagnosticaron cáncer de próstata, frente a la recomendación de su médico tratante de someterse a una cirugía, le planteó que solo lo haría si el médico le garantizaba que iba a poder mantener su desempeño sexual, que de no ser así, prefería morir, “que no podía hacerle eso a ella”.
Ante mi pregunta acerca de que era lo que no podía hacerle a ella, me miró como diciendo “¿sos bobo o no te das cuenta?” y me contestó: “no poder satisfacerla sexualmente”. Ella lo miró y con cierta sorna le dijo: “¿no poder cogerme decís?”.
Esto motivó que comenzáramos a hablar precisamente de lo difícil que es despojarnos de esa visión tan restrictiva de la sexualidad. De cómo, a pesar de que según los dos concordaron, siempre habían tenido una sexualidad muy abierta y que no se restringía a la cama y mucho menos al coito, en ese momento tan importante, él solo pudo focalizar en su enorme temor a quedar “impotente” e incluso lo había proyectado en ella, a quien “no podía dejar sin un pene capaz de erectarse y satisfacerla a través de la penetración” (esta interpretación es mía).
Y un poco más. Si tratamos de ver con mayor profundidad la frase de ese hombre, podríamos ver reflejada en ella no solo la impronta de la normativa sexual coital, si no también la profunda huella del patriarcado. Si necesito que mi pene funcione correctamente para satisfacer sexualmente a mi pareja penetrándola, eso implica que su satisfacción sexual es mi responsabilidad; que esta solo puede ser posible a través de una relación coital donde mi pene (mi falo) cumple un rol primordial y por lo tanto, yo soy quien tiene el poder sobre la sexualidad de mi pareja, ella me pertenece.
“Además, mientras los hombres tengan derechos sobre las mujeres que las propias mujeres no tienen, el falo conlleva también el significado de la diferencia entre “el que intercambia” y “lo intercambiado”, entre el regalo y el dador.”[1]
Como dice De Lauretis: “en el esquema mental centrado en lo masculino o patriarcal la forma femenina es una proyección de la masculina, su opuesto complementario, su extrapolación, la costilla de Adán, como se suele decir. Así que, aún cuando esté localizada en el cuerpo de la mujer (vista, escribió Foucault, como completamente saturada con la sexualidad, pág. 104), la sexualidad es percibida como un atributo o una propiedad del varón”[2]
Inevitablemente, este episodio me llevó directo a mi propia experiencia. Fue precisamente una relación de pareja muy conflictiva lo que me llevó a tener mi primer consulta psiquiátrica y a psicoterapia.
Fue allí, acostado en el diván de un reconocido psiquiatra y psicoanalista, donde descubrí, en ese momento solo de manera intuitiva y hoy puedo conceptualizar gracias a Foucault y De Lauretis, lo que es una tecnología sexo-género: “Puede ser un punto de arranque pensar al género en paralelo con las líneas de la teoría de la sexualidad de Michel Foucault, como una “tecnología del sexo” y proponer que, también el género, en tanto representación o auto-representación, es el producto de variadas tecnologías sociales -como el cine- y de discursos institucionalizados, de epistemologías y de prácticas críticas, tanto como de la vida cotidiana”[3] y al Psicoanálisis como tal.
Volviendo a De Lauretis, “el psicoanálisis define a la mujer en relación con el hombre, desde dentro del mismo esquema de referencia y con las categorías analíticas elaboradas para dar cuenta del desarrollo psicosocial del varón”.[4]
Una tarde, que tengo muy grabada en mi psiquis a pesar del largo tiempo que ha pasado, y a raíz de que mi temática en la sesión giraba, como comúnmente sucedía, en la relación conflictiva con mi novia de ese momento, mi analista me dijo: “todo esto se va a resolver cuando usted esté encima de ella, la penetre y de esa forma la posea”.
Este indicación de mi analista es perfectamente coherente con la teoría freudiana que sustentaba su práctica según la cual, si bien por momentos Freud intentó diferenciar al concepto de “falo” del pene, si tenemos en cuenta que su “complejo de castración” se explica a través del sentimiento de castración que las mujeres tendrían a partir de la constatación, al observar a un hombre, de que no tienen pene, y que esto generaría lo que él llamó “envidia del pene”, que solo tendría una solución transitoria cuando la mujer adquiera un pene mientras es penetrada o al estar embarazada de un hijo varón, entonces pene = falo.
Como dice Gayle Rubin: “El falo es, podríamos pues decir, un rasgo distintivo que diferencia al “castrado” del “no castrado”. La presencia o ausencia del falo conlleva las diferencias entre dos situaciones sociales: “hombre” y “mujer” (Jakobson y Halle, 1971, sobre los rasgos distintivos).
Como éstas no son iguales, el falo conlleva también un significado de dominación de los hombres sobre las mujeres, y se puede inferir que la “envidia del pene” es un reconocimiento de eso”.[5]
Hasta allí, si bien hacía un buen tiempo manteníamos relaciones sexuales donde ambos lográbamos orgasmos, nunca habíamos tenido relaciones con penetración. De hecho, ella negaba que lo teníamos eran relaciones sexuales y cuando al poco tiempo, terminamos nuestra relación, ella seguía siendo “virgen” dado que tenía su himen intacto.
Como se imaginarán, nunca seguí en consejo de mi analista aunque fue decisivo para que poco tiempo después abandonara la terapia y rompiera con mi novia.
Nunca pude aceptar al vínculo sexual como una lucha de poder donde uno somete al otro y mucho menos donde, en el caso de las relaciones heterosexuales, la sexualidad femenina esté al servicio y en función del hombre.
Y no solo en el vínculo heterosexual.
Hace años concurrió a mi consulta un joven cuyo motivo para estar allí era la relación conflictiva que tenía con su pareja hombre dado que los dos eran “activos” y cada vez que tenían relaciones sexuales se enfrascaban en una lucha de visceral de poder donde ambos querían penetrar al otro y ninguno quería ser penetrado. Ambos respondían, desde su homosexualidad, a la normativa hetero-coital donde el que penetra tiene el poder y somete al otro.
Tan arraigada está en nuestro inconsciente esta normativa que, cuando comenté hace unos años en una reunión social que trabajaba con parejas gays, varias personas me preguntaron “como era la cosa en esas parejas, quien era el hombre y quien la mujer”
Creía que habíamos evolucionado como sociedad en este tema cuando, al hacer una búsqueda para este trabajo, me encontré con estos dos tuits que quiero compartir por resultarme, lamentablemente, muy significativos:


Esto muestra claramente como, consciente o inconscientemente, seguimos pensando de forma binaria y heterosexual.
Me resulta muy preocupante que a pesar de todo lo que se supone hemos avanzado, un padre le diga, como ocurrió hace solo un par de meses en una sesión de terapia familiar, a su hijo de 12 años “voy a tener que llevarte a ponerla a ver si se te van las bobadas”.
¿Puede haber una representación más gráfica de la normativa que esta?
Ese chico nació con pene, por lo tanto, al menos para su padre, tiene que ser varón. Estoy seguro que por su cabeza no pasa ni remotamente la idea de que su hijo pueda tener una identidad de género diferente de esa. Y lo que es peor aún, ese chico está viviendo con su padre por primera vez desde que era un bebé, cuando este se separó de su madre, por lo que la necesidad de aprobación y reconocimiento por parte de su padre es enorme. No viene al caso traerlos ahora, pero podría nombrar una gran cantidad de ejemplos de cómo esto se manifiesta.
Por lo tanto, difícilmente este chico se pueda cuestionar, al menos en este momento, el mandato respecto a su género.
Las “bobadas” a las que se refiere el padre, son manifestaciones comunes y silvestres de su adolescencia. El calificarlas de tales es claramente una descalificación y una negación de la etapa evolutiva en la que está su hijo. Por lo tanto, para este hombre, la solución es que “se haga hombre” ¿de que forma? “poniéndola”, haciendo uso de su pene como símbolo de virilidad y de madurez ¿y donde?, obviamente en una vagina. El cuerpo de la mujer pasa a estar al servicio de la validación y reafirmación de este chico como hombre.
Tenemos aquí claramente representadas todas las condiciones necesarias de la normativa hetero-patriarcal-coital. El chico nació con pene y testículos por lo que su devenir natural es ser hombre que se valida como tal a través del coito con una mujer, que poco importa aquí, su presencia solo es necesaria en tanto pone su genitalidad, su vagina, para que sea receptáculo de ese pene que adquiere de esa forma, el lugar de “falo”.
No puedo evitar recordar, al hablar de esto, la frase de mi analista. Un hombre muy prestigioso al que seguramente, a través de la neurosis de trasferencia, haya “investido” como padre, me dice que todos mis problemas se van a solucionar cuando esté encima de mi novia, la penetre y de esa forma la posea, la someta con mi pene a través del coito.
Por todo esto, por ese chico, por todes los que hemos sido criados y educados de esta forma y, por que no, por mi mismo, es que siento cada vez más fuerte la imperiosa necesidad de formarme y trabajar para deconstruir donde me sea posible, este nefasto modelo en el que hemos sido adoctrinados.
Como dice Gayle Rubin: “Todavía vivimos en una cultura “fálica”[6]
[1] Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política del sexo”, Nueva Antropología, Vol. VIII, No. 30, México, 1986, pag. 124
[2] De Lauretis, Teresa, “Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction”, London, Macmillan Press, 1989, pag. 21
[3] De Lauretis, Teresa, Op. Cit. pag. 8
[4] De Lauretis, Teresa, op. Cit. pag. 27
[5] Rubin, Gayle, op. cit., pag. 124
[6] Rubin, Gayle, op. cit., pag. 124
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