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"La pareja como camino de sanación" fragmento de "La pareja, el mejor lugar del mundo"

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 29 jul 2017
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 31 mar 2021

Somos en relación. Desde el momento mismo de la concepción, fruto del encuentro entre la simiente de dos seres, pasando por nuestra etapa uterina, donde estamos literalmente unidos a nuestra madre, por nuestros primeros días, donde el apego, a través del pecho y, fundamentalmente, la mirada de nuestra madre, resultan fundamentales, nuestra vida depende de la forma como nos relacionamos.

“No es bueno que el hombre esté solo” dice el Génesis, y entonces Dios decidió crear a la mujer para que juntos, se hicieran responsables de la Creación.

La maravillosa película “La guerra del fuego” nos muestra el instante en que el personaje, hasta allí un primate, adquiere su humanidad a través de la mirada de la mujer, en una escena sublime en la cual él quiere tomarla de la forma animal, que es la única que conoce, y ella se da vuelta, enfrenta sus ojos, y le enseña a hacer el amor.

En “Náufrago”, Tom Hanks, en una suerte de Robinson Crusoe moderno, necesita “humanizar” a la pelota y Wilson se convierte en una pieza fundamental para su supervivencia. Quién no recuerda la desgarradora escena en que, al despertar en el medio del mar, ve a Wilson alejarse y realiza desesperados intentos infructuosos para recuperarla hasta que, al ver amenazada su supervivencia, decide dejarla ir.

Como decía más arriba, somos en relación. Nuestros padecimientos psíquicos son fruto de relaciones insatisfactorias, de vínculos deficitarios y por lo tanto, la “vía regia” para sanar nuestras heridas es la relación.

Como decía Martin Buber, “sanar por medio del encuentro”. Él sostenía que la sanación sólo ocurría a través de cierto tipo de compromiso persona-a-persona. Ésta es una de las bases sobre las que se construye la Psicoterapia Gestáltica, y de allí la enorme importancia que en nuestro abordaje damos al vínculo terapéutico. Más allá de la teoría, que sin duda es relevante, lo que verdaderamente sana, es el vínculo, ese encuentro profundo con el otro, en un marco de seguridad, sin juicios ni condenas, y por lo tanto, donde podemos permitirnos tomar contacto con lo que realmente somos, con nuestra verdadera esencia, tantas veces reprimida pero que allí encuentra facilitada su expresión. ¡Y que vínculo mejor que la pareja para ayudarnos en ese camino!


Desde el preciso momento en que mi querido amigo Jorge me dio anotado su nombre y teléfono, en un papelito que aún conservo entre mis recuerdos, intuí que Ana sería alguien importante en mi vida. Tengo muy vivo el recuerdo del profundo impacto que generó en mí cuando, aún sin conocerla, irrumpió en el despacho de Jorge donde estábamos reunidos. Su sola presencia y la energía que emanaba me conmovieron profundamente, y a partir de ese momento ya nada fue igual en mi vida.

Yo, al igual que ella, venía de una larga y tortuosa relación de pareja que a duras penas había logrado cerrar, y si bien había tenido algún intento de estar con alguien, mis miedos a pasar nuevamente por tanto sufrimiento me habían bloqueado y terminé huyendo.

Pero esta vez algo era diferente, sentía, incluso antes de tomar contacto real con ella, que sería alguien especial. Pero por supuesto no sería simple. A medida que la iba conociendo, más me atraía y más deseaba profundizar la relación. Hasta que decidí expresarle todo lo que sentía. Pero a su vez, la estructura de mi “mundo conocido” comenzaba a resquebrajarse. Y fue así como, la noche antes de nuestro encuentro en el que le abriría mi corazón, conocí por primera vez lo que años después sabría era una crisis de pánico.

Años antes, la relación de pareja en la que estaba inserto había tocado cosas muy oscuras de mi “sombra”, al punto de haber incurrido en conductas de las que por cierto no me siento orgulloso, y todo eso derivó en que, a instancias de mi padre, comenzara mi primera psicoterapia. Estoy hablando de hace muchos años atrás y yo estaba aún muy lejos de la que hoy es mi profesión, por lo que aceptar ese tipo de tratamiento implicaba asumir mi “locura”.

Así que, en una primera instancia, este episodio me volvía a colocar en una posición muy complicada. Por suerte, mi padre estaba de nuevo allí y entre una medicación y sus palabras, logré superarlo transitoriamente y pude encarar la cita.

No fue un momento nada fácil. Como dije antes, ella también venía de una relación muy traumática, por lo que sus resistencias eran enormes. Sin embargo, entre las múltiples cosas que conversamos en las varias horas que duró ese encuentro, me contó que estaba haciendo terapia. ¡Era la primera persona que conocía, además de mí, que iba a un psicólogo! ¡Y no estaba nada loca! Además, estaba vinculada a un grupo donde había varios psicólogos, por lo que, y dado lo que había ocurrido el día antes, me animé a pedirle que me recomendara a alguien. Y fue así como tomé contacto con una de las personas más importantes de mi vida, y comencé la psicoterapia que cambió mi rumbo para siempre.

Fue allí, en mi terapia, donde me di cuenta de las enormes resistencias que la relación me generaba y de la necesidad imperiosa de huir que sentía. Fue allí, con la invalorable ayuda de mi terapeuta, que logré darme cuenta de que esa relación era la oportunidad para sanarme y seguir adelante. Veintisiete años de vida compartida, nuestras cuatro hijas y el que hoy pueda estar aquí, escribiendo esto, no hacen más que corroborar lo acertado de esa decisión.

Ha sido ella quien ha estado a mi lado en los peores y en los más maravillosos momentos de mi vida. Fue su mano la que me ayudó a ponerme de pie un sinnúmero de ocasiones en que mis fuerzas parecían haberme abandonado. Como en aquella fatídica noche en que recibí la noticia del accidente en que perdiera la vida mi padre y quedara maltrecha mi madre. También ha sido ella quien ha estado para darme el primer abrazo ante cada uno de mis logros.

Y espero fervientemente que ella pueda decir lo mismo de mí.

Con y por ella aprendí a amar más allá de lo que nunca hubiese imaginado. Pero además, pude vivir, y lo sigo haciendo día a día, la maravillosa experiencia de ser amado, valorado y respetado por lo que soy y no por lo que hago para que me quieran. Ésta ha sido la experiencia más sanadora de mi vida.

 
 
 

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