LA PAREJA DESPUÉS DE LOS HIJOS
- Admin
- 19 ene 2018
- 7 Min. de lectura

Pareja y familia
Si bien ambas realidades vinculares están íntimamente relacionadas, cada vez resulta más importante verlas y considerarlas de manera independiente.
Si bien la familia es nuestra primer experiencia sistémica y que, de funcionar de manera más o menos adecuada, nos permite experimentar la realidad del nosotros y de la pertenencia a una realidad que trasciende nuestro yo individual, la pareja constituye nuestro primer vínculo con proyección de futuro que elegimos, o al menos deberíamos elegir.
Creo firmemente que la familia debería ser también algo elegido. Creo, y en gran medida esa es la principal motivación que me ha guiado a la hora de decidir especializarme en la psicoterapia de sistemas vinculares, que los hijos, y por ende la familia, deberían ser siempre el fruto del deseo y del sueño compartido por la pareja de trascender esa realidad y generar un proyecto común con implicancias de las más variadas de parte de uno y otro de los miembros de la pareja.
Lamentablemente no siempre esto es así. Es más, en muchos casos, la llegada de los hijos parece una situación sumamente aleatoria, un “accidente”, como incluso se dice coloquialmente, con todo lo que ello implica para esa pareja, para el niño/a que llega y para el sistema familiar macro.
Esto lleva a que, en muchos casos, esas familias se van construyendo fruto de un devenir y no como un proyecto.
En otros casos, la venida de los hijos mucho más que el fruto del deseo compartido de la pareja, parece, y en muchos casos me consta que así es, la concreción de mandatos familiares más o menos explícitos de preservar la estirpe.
Tan es esto así, y no estoy hablando de algo que ocurriese a principios del siglo pasado si no de algo que sigue sucediendo en pleno siglo XXI, que no es vivida con la misma alegría la llegada de una niña que de un hijo varón.
La carga de los hijos
Cuando la constitución de una familia se da de esa manera, los hijos comienzan, desde el mismo útero de sus madres, a sentir que son los responsables de la familia.
Si a esto le agregamos que muchas veces reciben de sus padres el mensaje más o menos explícito de que “me banco a tu madre/padre por ustedes, para que tengan una familia” o “si no fuera por ustedes hace años me hubiese separado”, entonces, no es muy difícil imaginar como los hijos pasan a sentirse responsables de la felicidad o infelicidad de sus propios padres, con todo lo que esto implica.
Muchas madres, obviamente sin intención de hacerles algún tipo de daño a sus hijos, repiten a sus hijos/as frases del tipo: “¿verdad que siempre vas a estar con mamá?” o “vos sos mía/o y nunca voy a dejar que te vayas” o incluso “el día que te vayas me muero, ya no voy a tener por qué vivir”.
Todo esto lleva a que muchos hijos se sientan inmersos en un conflicto sumamente desgarrador: ¿sigo mis impulsos interiores, abandono el hogar paterno y parto en busca de mi propio camino, de mi felicidad?, o ¿soy un “buen hijo” y preservo la unidad familiar renunciando, de ser necesario, a mi propia realización personal?
En mis casi 25 años como psicoterapeuta me ha tocado acompañar procesos tanto de hombres como mujeres que, a lo largo de los años, ven cómo sus intentos de concreción de un vínculo de pareja naufragan una y otra vez. En muchos casos llegan a la convivencia pero más tarde o más temprano, algo ocurre que destruye el vínculo y, lo que resulta sumamente significativo, deben “volver a la casita de los viejos”, como dice el viejo tango, que ya parecería se ocupaba de este tema.
Basta hurgar un poco en la historia personal y en la cultura familiar de esas personas para observar como, en la mayoría de los casos hay al menos algún registro de situaciones como las que mencionaba más arriba.
Pero no siempre estos conflictos son fruto de mandatos inconscientes, en muchos casos son la respuesta a verdaderas manipulaciones de parte de los padres. He observado varios casos de madres que sabotean de forma, en muchos casos, flagrante las relaciones amorosas de sus hijos, tanto varones como mujeres, en situaciones que recuerdan la novela “Como agua para chocolate” de la escritora mexicana Laura Esquivel cuyo personaje principal, Tita, no podía casarse porque, al ser la hija menor de tres hermanas, debía quedar soltera para ser quien cuidara a la madre en su vejez.
Y no solo madres, recuerdo claramente un caso en el que un padre realizó un pacto, me gustaría creer que inconsciente, con el futuro esposo de su hija de no agresión en tanto este último no alejara a su hija de su entorno ni facilitara que esta lo hiciera. Esto quedó claramente en evidencia cuando tanto padre como esposo boicotearon claramente un proyecto muy importante de mi paciente que implicaría un gran crecimiento para ella y el casi seguro abandono del negocio familiar que compartía con su padre.
Soltar a nuestros hijos
El ser humano es el único animal de la escala zoológica que retiene a sus crías en el nido. La mamá pájaro empuja a sus pichones hacia fuera del nido y de esa forma aprenden a volar. Papá león corre al cachorro fuera de la manada cuando este comienza a disputar su lugar de “macho alfa” y así es como le impulsa a construir su propia manada.
Por todo lo que planteaba más arriba y en pos de la salud mental de las generaciones futuras, es que creo de fundamental importancia que, más allá de las formas como se hayan constituido las familias, los padres tengamos la necesaria generosidad para liberar a nuestros hijos y habilitarlos a buscar sus propios caminos, aún cuando no sean los que soñamos para ellos.
Y para esto, es sumamente importante que criemos a nuestros hijos con la mayor independencia posible de lo que son nuestras expectativas respecto de ellos. Que tengamos muy claro que si bien vienen a través nuestro, no son nuestra prolongación ni vienen a este mundo a satisfacer nuestras necesidades o reparar nuestras frustraciones.
¿Quién no conoce a alguien que haya terminado incluso una carrera universitaria y nunca hubiese ejercido? ¿O que se hubiese casado e incluso tenido hijos guiado no por su deseo si no para cumplir un mandato familiar?
No hace mucho, una paciente de poco más de 20 años y que estaba pasando una crisis muy grande que la había llevado a realizar más de un intento de autoeliminación, me pidió concurrir a una consulta con su madre porque sentía que sola no lograba trasmitirle lo que sentía ni que ella le comprendiera. Me parece importante acotar que estaba teniendo en esos momentos una relación de pareja muy conflictiva que incluía situaciones de violencia física.
Mi primer impresión fue que esta señora, que tenía poco más de 40 años, no tenía muy clara la dimensión ni la gravedad de lo que estaba ocurriendo a su hija, pero muy grande fue mi asombro cuando, luego de hablar un buen rato del tema y de haber tratado de ser lo más claro y explícito posible sobre la situación, manifestó que quería que su hija se pusiera bien pronto porque quería ser abuela.
Y por otra parte, para poder irse tranquilos a buscar su destino, nuestros hijos tienen que percibir y sentir que vamos a estar bien sin ellos, que si bien los vamos a extrañar, no los necesitamos para seguir viviendo, que los liberamos de esa carga.
¿Existe vida después de los hijos?
¿O debemos esperar a los nietos para que nuestras vidas vuelvan a tener sentido?
Todo lo que vengo exponiendo apunta a generar consciencia de que, no solo existe vida después de los hijos, si no que es de vital importancia para la salud mental de las futuras generaciones que comprendamos la importancia de hacernos cargo de que esa vida no solo exista si no también que sea la mejor posible.
¿Y como lograrlo? Aquí volvemos a lo del principio. Muchas personas no logran visualizar que pareja y familia son dos proyectos, dos realidades que deben caminar en paralelo.
En la gran mayoría de los casos, una vez que se constituye la familia, esta termina fagocitando de tal forma a la pareja que esta parece diluirse dentro de la primera, al punto de que, con el correr de los años, los miembros de la pareja se van convirtiendo en verdaderos extraños. Esto genera que la eventualidad de que los hijos se vayan del hogar, provoque en ellos verdadero pánico al sentir que desconocen a quien tienen al lado.
Muy asociado a esto está el conocido “síndrome del nido vacío” constituido por una serie de síntomas que ocurren principalmente en las mujeres (en los últimos años he observado un número cada vez mayor de hombres que presentan la misma clase de síntomas) y que se dan precisamente cuando los hijos “abandonan el nido”. Si tenemos en cuenta que en general esto más o menos coincide cronológicamente con la menopausia, que marca el fin de la etapa fértil de la mujer y por ende la imposibilidad biológica de que el útero (el nido) pueda ser “ocupado”, entonces no resulta muy difícil imaginar el impacto psicológico que esto implica en las mujeres en particular y por que no, en la pareja toda.
Por eso, es fundamental que los miembros entiendan la importancia de ver a la pareja como una construcción permanente que, al igual que las personas que la conforman, evoluciona permanentemente y nunca será una realidad acabada.
En la ceremonia de nuestra boda, de la que se cumplirán 29 años en los próximos días, mi esposa y yo decidimos poner sobre la mesita que hacía las veces de altar, un mate, un termo y una planta. El mate y el termo simbolizaban nuestro deseo de construir una relación donde el diálogo que implica el compartir el mate, fuera la tónica predominante y la planta, simbolizaba la consciencia de la necesidad de cuidar, regar, cultivar nuestra relación si queríamos que diera frutos. Casi tres décadas después seguimos creyendo en la necesidad de mantener ambos valores como fundamentales para que nuestra relación siga tan viva como el primer día.
Uno de mis principales desvelos como terapeuta de parejas es lograr que estas internalicen la necesidad de generar espacios de pareja donde el diálogo, el compartir y sobre todo el disfrute sea los más importante. Que le den un lugar a lo lúdico, a salir juntos, que sus diálogos no se den solo cuando necesiten resolver un problema, si no que la generación de nuevos proyectos compartidos sea la norma y no la excepción.
Solo de esa forma, la “Vida después de los hijos” será una realidad placentera y disfrutable. Solo de esa forma nuestros hijos se podrán sentir liberados de la carga de hacerse cargo de nosotros y se sentirán habilitados y libres de hacer su propio camino y la venida de los nietos será una verdadera fiesta que dará alegría a nuestras vidas sin la carga de tener que darnos un sentido.
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