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Soltar a nuestros hijos

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 5 ene 2017
  • 5 Min. de lectura

Tus hijos no son tus hijos,

son hijos e hijas de la vida

deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti,

y aunque estén contigo,

no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,

pero no tus pensamientos, pues,

ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,

pero no sus almas, porque ellas

viven en la casa de mañana,

que no puedes visitar,

ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos

semejantes a ti

porque la vida no retrocede

ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,

como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación,

en tu mano de arquero

sea para la felicidad

Pues aunque Él ama

la flecha que vuela,

Ama de igual modo al arco estable.

Este hermoso poema de Kahlil Gibrán describe de manera magnífica un aspecto fundamental del rol de padres, el asumir que nuestros hijos no son una prolongación nuestra, no vienen a este mundo a satisfacer nuestras expectativas o a reparar nuestras frustraciones, si no a ser, a crecer, desarrollarse y alcanzar la plenitud de ellos mismos, de lo que están llamados a SER.

Por eso, creo sumamente importante que los padres comprendamos la trascendencia de una de las más imprescindibles tareas que implica nuestro rol: habilitar a nuestros hijos a crecer y abandonar el nido desarrollando su vuelo, por doloroso que nos resulte.

Desde siempre, al menos en nuestra cultura, nos ha costado mucho asumir que nuestros hijos no tienen como propósito ser nuestra prolongación y mucho menos quienes cumplan con todos aquellos deseos o necesidades que no hemos podido o sabido satisfacer por nosotros mismos. Como dice Joan Manuel Serrat en su hermosa canción, “Los locos bajitos”, “les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche temprana”.

Uno de los mejores retratos de esta realidad es sin duda la obra cumbre de nuestro principal dramaturgo, Florencio Sanchez, quién estrenara en 1903 “M’hijo el dotor” que ilustra de manera magistral la busqueda del ascenso social de una familia a través de su hijo devenido en “Doctor”.

Hoy día, muchas familias ya no desean que sus hijos sean “dotores” pero ¿quien no conoce el caso de alguna promesa del futbol que se ha frustrado por la enorme presión que implica “tener que salvar” económicamente a la familia. Es más, se de casos de padres que no verían con malos ojos que sus hijos abandonaran su educación si a cambio dedican todos sus esfuerzos a triunfar en el deporte, y no siempre porque ese sea el deseo del niño o adolescente.

Mi padre era médico. Por muchos años fue el único cirujano que había en el pueblo. Pero además, por tratarse de una comunidad muy pequeña y por sus características personales, gozó siempre de un importante lugar social. Se podría decir que mi caso fue el inverso al que plantea Florencio Sanchez, era “el hijo del dotor”. Aún hoy, a veintiseis años de su muerte, todavía me siguen preguntando si soy algo del doctor. Y a diferencia de lo que mucha gente pueda creer, esa condición, por mucho tiempo me generó muchos más costos que beneficios.

Es que no es facil sentir que arrancás con el listón tan alto que va a ser muy dificil colmar las expectativas, y que la mayoría de la gente no te ve por lo que sos si no por lo que cree que deberías ser de acuerdo a tu realidad.

Gran parte de nuestra labor como padres es ayudar a nuestros hijos a encontrar sus propias respuestas a la pregunta “¿qué quiero hacer con mi vida?”. Se que es practicamente inevitable que depositemos en ellos expectativas y deseos, pero debemos tener clara que son NUESTRAS y por lo tanto, ellos no tienen ninguna responsabilidad sobre ellas, solo tienen que hacerse responsables de sus propias expectativas y deseos, de las que genuinamente ellos sientan en lo profundo de su corazón.

Por eso, es sumamente importante que evitemos lo más posible frases del tipo de: “me gustaría que estudiaras tal cosa” o “vos tenés que ser tal otra” o “yo siempre quise hacer tal o cual cosa y nunca pude” que repetidas una y otra vez se terminan convirtiendo en mandatos que nuestros hijos internalizan y que, en su inmenso amor, terminan condicionándolos.

Bert Hellinger dice, y yo estoy cada vez más convencido de ello, que el verdadero amor incondicional no es el de los padres hacia sus hijos, si no que es el que tienen los hijos hacia sus padres. Es más, a pesar de que está ampliamente difundida y aceptada la idea de la incondicionalidad del amor parental, he observado a lo largo de mi vida infinidad de ejemplos de como los padres condicionamos seriamente el amor hacia nuestros hijos a que sean o hagan lo que esperamos de ellos. En cambio, he observado también infinidad de casos en que los hijos son capaces de cualquier sacrificio con tal de ver bien a sus padres. He visto a hijo/as renunciar a su felicidad para cuidar a sus padres enfermos o añosos y la/os he visto alejarse para evitarles el sufrimiento de elecciones vitales que sienten no comprenderían o aprobarían.

Debo reconocer que muchas veces juzgué de forma muy injusta y apresurada a hijos que permanecían por años sin abandonar el hogar parental hasta que comencé a observar con mayor detenimiento esas realidades y fui descubriendo como muchas veces respondían a creencias muy arraigadas de que sus padres no sabrían o podrían sobrevivir sin ellos.

Recuerdo a una paciente que entrevistamos en el servicio de psicología en el que trabajo que estaba viviendo un episodio depresivo mayor reactivo al duelo por la muerte de su madre. Esta mujer era hija única de una hija única y su padre las había abandonado cuando ella era una niña, por lo tanto, al fallecer sus abuelos, ella pasó a ser la única familia de su madre y esta de ella. Como además, su madre sufrió toda su vida de depresión, esta persona había hecho de su vida un apostolado al servicio de su madre, renunciando por ello a su posibilidad de construir una vida independiente y formar una familia. Por eso, al falleceer su madre, esta persona perdió no solo a su familia, perdió el propósito que daba sentido a su vida.

Por eso, creo sumamente importante que los padres nos cuidemos mucho de “jugar” con mensajes del tipo “¿verdad que nunca te vas a ir de al lado de mamá?” o “vos sos de papá y de nadie más”o “si no fuera por ustedes, hace rato me hubiese separado de su padre” porque esos mensajes, al igual de los que hablabamos anteriormente, siempre son escuchados por los hijos, aunque parezca que no, y van quedando impresos en la psiquis generando sentimientos de lealtad y deuda que obstruyen de forma determinante el normal desarrollo de los jóvenes.

Creo además que, como dice el poema de Gibrán, debemos los padres asumirnos como los arcos desde donde despegaran las fechas que son nuestros hijos y que, cuanto mayor sea nuestra fortaleza como arcos, mayor será también el vuelo que emprendan. Por lo tanto, es fundamental que habilitemos a nuestros hijos a irse de nuestro lado, que les mostremos claramente que podemos sobrevivir a su partida y que estaremos bien una vez que lo hagan. Es más, mamá pájaro empuja a los pichones del nido y esa es la forma en que les enseña a volar. Papá león expulsa a los cachorros de la manada para que se procuren la suya propia. Eso es lo que nos enseña la Naturaleza y esa es nuestra función primordial que, al igual que muchas otras enseñanzas ancestrales, hemos olvidado en nuestro caminar por este mundo, traemos nuestros hijos a la vida no para que nos continúen, sino para prepararlos y educarlos en la libertad y la responsabilidad y de esa forma puedan desarrollarse y realizarse como las personas que están llamadas a ser.

 
 
 

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