¿Sufren los hombres el “nido vacío”?
- Admin
- 4 dic 2016
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Tradicionalmente se ha visto el “Sindrome del nido vacío” como un problema femenino o de las madres, sin embargo este se puede dar en cualquiera de los dos progenitores, por esa razón, en este momento quiero referirme específicamente al “nido vacío” de los padres, del que muchos hombres ni siquiera son conscientes o se resisten a admitir.
Comencemos por definir de qué estamos hablando. Como muchos ya sabrán, se define síndrome, a un conjunto de síntomas o signos de una enfermedad o que denuncian una situación determinada, generalmente negativa. En este caso, estos síntomas, que generalmente son de angustia, ansiedad, miedos o sensación de vacío, están directamente relacionados a la partida de los hijos del hogar parental y al “vació” que estos dejan en el “nido” que los ha acogido desde el momento mismo de su concepción.
Tal vez porque son las madres quienes “anidan” en su cuerpo durante nueve meses a sus “crías”, porque desde el inicio de los tiempos la crianza de los hijos ha sido una actividad eminentemente femenina y que da un sentido muy grande a muchas mujeres. Tal vez porque en muchos casos, la partida de los hijos del hogar coincide cronológicamente con la menopausia y por lo tanto, con el hecho biológico de que el “nido” ya no estará apto para anidar nuevas crías, con todo lo que eso implica desde el punto de vista orgánico y sobretodo emocional. Pero además, cuando la pareja parental no ha sido cuidada y alimentada de una forma saludable, la partida de los hijos implica quedarse con alguien a quien muchas veces ya ni se reconoce. El hecho es que este síndrome parece atacar de forma mucho más agresiva a las mujeres que a los hombres.
Sin embargo, al menos en mi experiencia clínica, cada vez son más los hombres que manifiestan síntomas característicos de esta realidad.
Desde los albores de la Humanidad, el modelo patriarcal de organización de la familia ha implicado que, mientras el hombre salía a procurar el sustento, la mujer se quedaba en la casa cuidando la “prole”. Este modelo, aún muy vigente un muchas sociedades a lo largo y ancho de nuestro mundo, ha sufrido cambios dramáticos desde la segunda mitad del siglo pasado y hoy día, al menos en el “mundo occidental”, nos encontramos cada vez más con familias donde el sustento económico se reparte de manera equitativa entre ambos padres o directamente con familias monoparentales donde, generalmente la mujer, se hace cargo, en muchos casos, lamentablemente de forma casi exclusiva de ambas funciones, el cuidado y la manutención del hogar.
Este modelo, que imponía a las madres la tarea de cuidar a los hijos, en todos los sentidos del término, implicaba además que los padres mantuvieran una relación cuasi tangencial con sus hijos al punto que, además de la tarea de mantener económicamente el hogar, su actividad se limitara a la función de ser quien pusiera los límites. Al decir de Lacán, en referencia al complejo de Edipo, la función del padre era la de ser “la ley”.
Todo esto generaba una distancia muy grande entre los padres y sus hijos, al punto que, no tenemos que remontarnos muchas décadas atrás para observar hijos que ni siquiera se animaban a “tutear” a sus padres o, madres, que como me ha contado mi suegra que hacía con mi suegro, no permitían que sus esposos cargaran a los bebés y mucho menos, cambiarle los pañales. Yo no hubiese concebido algo así, pero ¡había pasado en la generación anterior a la mía!
Era muy difícil, hasta hace unas pocas décadas atrás, ver padres en las reuniones o fiestas en la escuela, o acompañando a sus hijos al pediatra y ni que hablar de tener charlas profundas con sus hijos adolescentes sobre, por ejemplo, vocación, política y ni que hablar, de sexo. Apelo a la memoria de la gente de mi generación, es decir, del entorno de los 50 años y les pregunto ¿Cuántas mujeres hablaron alguna vez con sus padres o siquiera delante de ellos, por ejemplo, de su menstruación? ¿Cuántos varones tuvieron realmente una conversación profunda con sus padres sobre sexo?
Creo no equivocarme si digo que, hasta la generación de mis padres, los hombres tenían muy poca participación en la crianza de sus hijos, cuando no eran meros espectadores de ella.
Esa distancia, sumada al hecho de que era considerado un factor de éxito familiar el “casar” a sus hijos, hacía que fueran muy pocos los padres que sintieran realmente la ida de los hijos del hogar.
No nos olvidemos además, que los hombres, al menos hasta hace algunos años, tenían mucho más vida social que las mujeres y era muy poco el tiempo que pasaban efectivamente dentro de sus casas, sin contar el que destinaban a dormir, por lo cual, poco era lo que cambiaba en sus vidas el hecho de que los hijos ya no estuviesen allí.
Pero, como decía más arriba, desde mediados del siglo pasado, se ha venido desarrollando una verdadera revolución paradigmática que cuestiona dramáticamente el modelo dominante que había logrado permanecer de manera prácticamente inalterada por miles de años, desde los albores de la Humanidad.
Muchos autores marcan como punto de inflexión a la aparición de la píldora anticonceptiva que cambió drásticamente la ecuación hombre-mujer en lo que se refiere a un tema tan trascendente como es la procreación. Este hecho colaboró de forma decisiva para que las mujeres comenzaran a apropiarse de uno de los aspectos fundamentales del ser humano como es la sexualidad, su propia sexualidad, y sobre todo a apropiarse y darse el permiso de experimentar su propio placer sexual alejado, píldora mediante, del temor siempre latente hasta allí de la posibilidad de un embarazo no deseado.
Permítaseme aquí hacer una digresión, parece poco comprensible que casi 60 años después de la aparición de la primera píldora anticonceptiva y con la evolución exponencial que la ciencia ha tenido en todo lo referente a la contra concepción, sigamos teniendo hoy día tantos embarazos no deseados con todo lo que ello trae aparejado para las mujeres que los padecen, sus familias y la sociedad en general. Tal vez sea tiempo de plantearnos seriamente este tema que obviamente tiene muchas aristas pero que a esta altura resulta hasta criminal no haber resuelto como corresponde.
Pero volvamos a lo que nos ocupa en este momento. Este cambio tan importante en las reglas de juego de las parejas unido a que, de forma casi concomitante y tal vez muy ligada a lo anterior, las mujeres comenzaron a salir de sus casas para estudiar y trabajar, ha obligado a que deba hacerse un re planteo profundo de lo que han sido los roles paternos dentro de la familia. El hombre ya no es más el único proveedor y en muchos casos, ni siquiera el principal; muchas mujeres tienen trabajos que implican estar más tiempo fuera de sus casas que sus esposos; muchas mujeres han ido ganando espacios en puestos de dirección con lo que pasaron a tener a otros hombres bajo sus órdenes. En fin, una serie de cambios drásticos que conmueven la estructura misma del modelo patriarcal hasta ahora dominante.
Todo esto ha implicado que los hombres estamos teniendo que replantearnos de forma clara y profunda la forma de ejercer el rol de padres y el vínculo con nuestros hijos.
Es muy importante que tengamos en cuenta que sesenta años es muy poco tiempo si lo comparamos con la historia de la Humanidad y por lo tanto, el proceso para que estos cambios se consoliden y se conviertan efectivamente en la regla, llevará aún muchos años, de todas formas, son cada vez más los hombres que saben muy bien cómo cambiar un pañal o preparar una mamadera con leche materna congelada. Cada vez son más los padres que hablan abiertamente con sus hijas púberes de la menstruación o, como en mi caso, se han convertido en expertos en elegir y comprar toallitas femeninas. Y, tal vez lo más importante, cada vez son más padres dispuestos a escuchar a sus hijos a la hora de hablar acerca de sexo o cuestiones afectivas.
En suma, creo firmemente que estamos en una época fermental, que nos está permitiendo a los hombres descubrir, apropiarnos y disfrutar aspectos fundamentales de la paternidad hasta ahora negados y que nos hacen crecer enormemente, no solo como padres, si no como personas. Creo que estamos frente a uno de los saltos evolutivos más importantes de la Humanidad.
Y es esta nueva forma de relacionarnos con nuestros hijos, este cada vez mayor involucramiento afectivo con ellos, esta forma mucho más profunda y cercana de vincularnos con ellos, la que lleva a que cada vez nos sea menos indiferente su partida del hogar y por lo tanto, que los hombres experimentemos cada vez más el “vaciamiento del nido” y todo lo que esto implica emocionalmente.
Obviamente esto no tiene por qué ser necesariamente algo traumático, como tampoco tiene por qué serlo para las madres, pero es importante que conozcamos esta realidad, que sepamos que podemos enfrentarnos a ella y por lo tanto, que nos vayamos preparando para cuando llegue el momento. Como en la mayoría de todos los asuntos que tienen que ver con la salud física y mental de las personas, nada hay más sano que una buena profilaxis. Y en este sentido, nada hay más sano que vivir de una manera plena y comprometida el vínculo con los hijos. Que cumplamos nuestro rol paterno dando lo mejor de nosotros mismos, disfrutándolo plenamente y habilitando a nuestros hijos a iniciar su propio vuelo con la confianza de que tendrán en el hogar un lugar donde recalar siempre que lo necesiten.
Esta es la mejor forma de darle sentido al vacío que queda en el nido y que esto sea un motivo de alegría y no de angustia y depresión.
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