"La pareja, el mejor lugar del mundo" Fragmento de la Introducción
- Admin
- 17 nov 2016
- 7 Min. de lectura
…Vivimos en una humanidad que se acerca a pasos agigantados hacia su auto-destrucción, y la única esperanza de que esa realidad cambie es que se produzca un verdadero cambio en la conciencia, un salto evolutivo que nos permita cambiar nuestra forma de percibirnos y percibir el universo que nos rodea.
En mi libro anterior, Encuentro con el brujo, traté de colaborar con el proceso de retornar a la conciencia de nosotros mismos, a nuestra esencia más profunda, y con ello lograr el gran cambio que implica convertirnos en nosotros mismos. Hoy mis baterías apuntan a la pareja. ¿Por qué? Porque creo que el hombre solo se desarrolla y crece cuando logra trascender la realidad egoica para asumir la del nosotros, cuando permite la inclusión en su vida de la dimensión del otro, del encuentro.
Todos sabemos lo importante que es el concepto de familia en las diferentes culturas. Hemos sentido hasta el cansancio que “la familia es la célula base de la sociedad”; sin embargo, nunca como ahora, la institución familia estuvo tan en crisis.
El artículo 40 de nuestra Constitución plantea que “la familia es la base de nuestra sociedad”. Esta sentencia es correcta, pero creo importante tener en cuenta que para que haya una familia, primero tiene que haber una pareja. Esa es, a mi modo de ver, la verdadera célula madre de la sociedad. La familia no debería ser nunca el producto casual del encuentro entre dos personas, sino que debería ser siempre el fruto del sueño conjunto de esas dos personas que, de manera libre y consciente, deciden dar el salto evolutivo de pasar de la realidad del yo individual al nosotros. La familia debería ser siempre la concreción fáctica del proyecto compartido, del deseo y del compromiso común de dos personas que deciden compartir sus vidas y continuar el maravilloso milagro de la Vida.
Por esto, sí me parece preocupante, con matrimonio formal o no, el hecho de observar que muchas parejas inicien un camino común sin que eso sea producto de un proyecto y que, cuando este se da, muchas veces es más el fruto del devenir de tiempo que de un deseo consciente de ambos de embarcarse en él. Parejas que se van a vivir juntas, no porque ese sea el deseo compartido, sino para resolver, por ejemplo, un problema habitacional, y que luego quedan embarazados sin que tampoco sea algo consensuado y elegido, y se encuentran por lo tanto inmersos en una realidad que sienten les pasa, y por lo tanto, les cuesta asumir con total responsabilidad. Esto lleva además a que, frente a situaciones conflictivas, la primera respuesta sea la separación, cuando debería ser la última. Toda separación deja secuelas. Sin embargo, hoy en día es muy común encontrar parejas que recurren a ella de forma muchas veces irreflexiva y repetida, sin tomar consciencia del daño que esto ocasiona al vínculo. Problema que se complica aún más cuando hay niños de por medio, que muchas veces terminan sintiéndose desgarrados emocionalmente al percibir la necesidad de tener que tomar partido por uno de los padres, cuando no terminan siendo rehenes de luchas intestinas entre progenitores que no logran resolver sus conflictos de una manera madura y responsable.
Hace un tiempo leía un informe proveniente de los Estados Unidos donde se expresaba que sociólogos y políticos de ese país ven con suma preocupación el notorio incremento de los divorcios, dado que lo consideran como uno de los más serios desestabilizadores sociales. No podemos eludir la realidad de que una sociedad es un sistema, una gran red compuesta por infinidad de sub-sistemas, entre los cuales la familia es uno de los más importantes, con una notable incidencia en todo lo que ocurre en el sistema mayor. Hay estudios que denuncian cómo varía el rendimiento laboral de aquellas personas que tienen problemas domésticos. Sabido es cómo incide la estabilidad familiar, o su ausencia, en el rendimiento escolar, en la estabilidad emocional o en la génesis de cualquier tipo de adicción, o las consecuencias que las separaciones, y sobre todo cómo se tramitan, tienen en las personas y en sus posibilidades futuras de éxito a nivel vincular.
Pero la crisis no solo tiene que ver con la disolución de los vínculos, sino que también refiere a la cada vez más variada gama de posibilidades en cuanto a la constitución de esos vínculos.
Creo que estamos frente a una verdadera revolución paradigmática, al decir de Thomas Kuhn. Los viejos modelos con los que pretendíamos explicar este fenómeno ya no nos sirven y esto genera un gran desconcierto. Por eso se impone una reflexión profunda que nos permita encontrar nuevos modelos, un nuevo paradigma que dé cuenta de lo que ocurre aquí y ahora, para poder dar cuenta de esas nuevas formas de recrear ese ancestral vínculo que se comenzó a gestar el día en que, como dice el Génesis, Dios, o el propio hombre para los que no son creyentes, descubrió que “no es bueno que el hombre esté solo”.
Nuestro pequeño país se halla hoy bajo la mirada del mundo por una serie de leyes que lo colocan en una posición de vanguardia. Una de las más importantes es la que consagra el derecho a las parejas del mismo sexo a unirse en legítimo matrimonio. Siempre he sido defensor a ultranza del derecho de las personas de darse la forma de vida que mejor les parezca, siempre y cuando con ella no vulneren el derecho y la integridad de los demás, por eso soy un firme defensor de esta ley que creo, además, no hace más que reafirmar el deseo de todo ser humano de comprometerse en un proyecto de vida en común con el ser amado.
Durante el proceso de discusión parlamentaria, escuché a un conocido político decir que había que apoyar el proyecto porque en un momento en que cada vez menos parejas optaban por el matrimonio, que un colectivo importante reivindicara su derecho a hacerlo era digno de ser tenido en cuenta. Más allá de compartir la importancia de apoyar y acompañar la reivindicación, creo, a mi modo de ver, que el hecho de que la institución del matrimonio esté en crisis no implica necesariamente que las personas no elijan el camino de la pareja. Es más, creo que lo que está en crisis tiene mucho más que ver con la formalidad, que se percibe como cada vez más vacía de contenido, que con el matrimonio en sí. Hoy en día mucha gente considera al hecho de casarse como un mero trámite o una buena oportunidad para hacer una fiesta y sacarse fotos. Y si bien eso no es equivocado, el matrimonio es mucho más que eso y sería sumamente importante que volviéramos a otorgarle el lugar que le corresponde. Más allá de las connotaciones religiosas, que son muy válidas, el ritual del matrimonio es mucho más antiguo que las religiones y se trata de un verdadero rito de paso, que tiene como objetivo internalizar el salto evolutivo que implica salir de la realidad de la familia parental para ir a la búsqueda de la construcción de la propia junto a otro. Dejar la realidad en la que nos hallamos incluidos por el nacimiento para ir a la que elegimos como camino hacia nuestra trascendencia y realización.
Y como para que exista una familia es indispensable que primero exista una pareja, creo imprescindible seguir el proceso desde aquí. Estoy convencido de que para tener una sociedad sana es imprescindible atender la salud de las familias, y creo firmemente que para que tengamos familias fuertes, primero tenemos que ocuparnos de las parejas.
Por estas páginas desfilarán temas como el compromiso, la libertad, la responsabilidad, el vínculo, el proyecto, la lealtad, el sexo, el amor, el dolor... en fin, aspectos inherentes, conscientes o no, a la realidad de la pareja y que siempre deberíamos tener presentes.
No es mi intención plantear “verdades reveladas” ni lecciones de vida. Sí sentí que podía ser de alguna utilidad compartir mis reflexiones, aprendizajes y experiencias, tanto personales como de gente que ha confiado en mí para acompañarlos, a lo largo de estos muchos años de ejercicio de esta sagrada profesión. Permítanme una digresión: los psicólogos y los psicoterapeutas trabajamos con lo más sagrado que tiene un ser humano, que es su vida y su afectividad y eso, el que una persona o una pareja o una familia se abra ante nosotros, confíe en que podemos ayudarle y nos permita entrar en los lugares más recónditos de su intimidad, sin duda, convierte nuestra profesión en sagrada.
Geoffrey Chew dice que un “bootstrapper” es alguien capaz de ver cualquier número de modelos diferentes parcialmente eficaces sin favoritismos, y yo creo además que esa debe ser la actitud básica de cualquier persona que asume el desafío de acompañar a otros en su búsqueda de la felicidad o, como en este caso, intentar aportar a una discusión que colabore con la búsqueda de un nuevo paradigma para este aspecto tan fascinante de la realidad humana: la pareja.
Hace un tiempo, durante una charla con mi maestro acerca de este libro, él me hizo reflexionar acerca de cuál era el público objetivo y que, si mi intención era llegar al corazón del lector, entonces debía ser escrito con el corazón mucho más que con la mente. Y de eso se trata. Si bien aquí encontrarán distintos aspectos teóricos, su cometido es ayudar a alcanzar una mayor comprensión de los conceptos aquí tratados, teniendo siempre presente que lo realmente importante son las vivencias y cómo ellas resuenan en el corazón de cada persona que decida tomarse un tiempo para leer estas páginas.
Siempre concebí este libro como un diálogo, entre ustedes y yo, entre ustedes y sus parejas, las reales y las internalizadas, de ustedes consigo mismos y, como no podría ser de otra manera, con el Todo.
En este libro encontrarán varias anécdotas. Todas ellas son reales, pero, como corresponde, he tratado de preservar la identidad de los protagonistas. De todas formas, sé que por más que me esmere en proteger las identidades, será imposible evitar que alguien se sienta identificado con alguna de las historias. Como decía el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno, citando al escritor latino Publio Terencio Africano: Homo sum; nihil humani a me alienum puto (hombre soy, nada humano me es ajeno). Todas esas historias tienen rostro para mí. Y no solo uno. Muchas veces me he cruzado en estos años con historias que en esencia son idénticas, lo cual no hace más que confirmar la sentencia del cómico latino. En esencia, todos los seres humanos tropezamos con las mismas piedras a lo largo de nuestros caminos. Por eso es tan importante compartir las vivencias.
Don Juan Matus, el mítico indio yaqui protagonista de la obra de Carlos Castaneda, enseñaba a Carlos que todo brujo debe encontrar su “lugar de poder”, el lugar en el Universo donde su poder se manifiesta en plenitud. Ese lugar es, para cada uno, el mejor lugar del mundo.
Parafraseando a Fritz Perls en su famosa “oración de la Gestalt”, “yo soy yo y tú eres tú, si nos encontramos será maravilloso”, ese lugar donde se materializa el encuentro entre el yo y el tú, o, mejor dicho, ese lugar donde el yo y el tú desaparecen para permitir la irrupción del nosotros, donde la individualidad de cada uno se funde en esa entidad diferente que surge a través del encuentro, es precisamente el lugar de poder, el mejor lugar del mundo para la pareja.
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